28 junio 1988: la revista británica Nature, la más influyente de las revistas científicas generales del mundo (con su competidora estadounidense Ciencia), publica un artículo titulado: "desgranulación de los basófilos humanos por medio de altas disoluciones de un antisuero anti-IgE". Para el gran público el título es totalmente incomprensible, sin embargo la redacción de Nature ya se cuidó de difundir el texto a los grandes medios del planeta, como en cada ocasión que se publica en la revista un artículo importante. En todos los países la prensa da una cobertura formidable al artículo, y lo traducen en palabras de uso generalizado: el agua podría conservar un recuerdo, una huella, de las sustancias que han pasado por ella.
Esto representa una verdadera revolución científica, a cuya cabeza hete aquí que me veo bombardeado. Algunas semanas después, como consecuencia de una "contra-investigación" dirigida en mi laboratorio por un equipo de Nature, en condiciones epecialmente ofensivas, la revisa decide que los resultados de mis experimentos no son reales. Empieza entonces para mi un proceso de marginalización que me lleva desde la dirección de una unidad de investigación en el INSERM que disponía de varias decenas de personas, a la de un laboratorio independiente para el que yo mismo debo encontrar los préstamos para funcionar. Este laboratorio es un antiguo anexo prefabricado, situado en el aparcamiento de la unidad que dirigía.
21, 22 y 23 de enero de 1997: el periódico Le Monde vuelve a sacar de este tema. Durante tres días seguidos, y ocupando seis páginas enteras, el periodista Éric Fottorino replantea esta "novela- culebrón entre los científicos". La investigación, minuciosa y honesta, es sobresaliente. Pero su lectura provoca en mi un compendio de impresiones y emociones buenas y, mucho más a menudo malas, que llevo sintiendo a lo largo de estos últimos ocho años.
No es lo que escribe Éric Fottorino lo que me produce este malestar, sino las tonterías proferidas por buena parte de los "científicos" a los que ha entrevistado por requerimientos de su investigación, y cuyas palabras ha reproducido. Supuestos científicos y pseudo-investigadores dan solemnemente su opinión sobre mis trabajos relativos a las altas diluciones (la memoria del agua) sin haber estado presentes en mis experimentos, ni siquiera haberse leído con atención los resultados; algunos incluso van a acusarme de fraude científico, sin aportar ni el más mínimo indicio de prueba.
He considerado pues que ya era hora de entrar en detalle sobre mi verdad acerca del archivo de la memoria del agua, de contar las maniobras, los golpes bajos, las vilezas y los insultos de los que he sido objeto desde hace diez años. No quiero en absoluto hacerme la víctima, ni saldar cuentas. He vivido durante quince años una aventura apasionante, y si no fuera proclive a marearme, podría compararla a una vuelta al mundo en solitario, por la excitación permanente y los espantos ocasionales. Puesto que - en este ejercicio se ha de ser muy lúcido consigo mismo - me gusta la competición en la investigación, la pelea científica, la contienda intelectual, respetando siempre las reglas deontológicas.
"¡Muerte a los imbéciles!", me escribe uno de mis amigos científicos, abandonando con disgusto una posición muy oficial (lo que no le impide seguir ocupando un escaño, fuera bromas, en la Academia de las Ciencias). En principio estoy bastante de acuerdo con esta petición pero si la siguiéramos y aplicásemos al pie de la letra, esta consigna constituiría un genocidio científico. ¿Traduce este tipo de afirmación mi arrogancia, mi paranoia?
La interrupción de todo progreso en física teórica desde los años 30, la inmovilidad, sin contar las hazañas tecnológicas, de la ciencia en general y de la biología en particular, bastarían para aportar un conato de justificación a esta masacre intelectual programada. ¿Por qué esta letargia?
Apuntaría tres explicaciones:
1) El reinado de la Gran Ciencia, el Gran Negocio, y la Gran Organización.
En última instancia, la subordinación de la investigación al dinero se remonta al Proyecto Manhattan (la fabricación de la bomba A) que conllevó el control del gobierno americano sobre la investigación, la inyección de enormes capitales, y la creación de gigantescas estructuras económico-científicas. Este predominio del negocio puede explicar la discreta acogida de los trabajos con altas diluciones, susceptibles de hacer tambalear grandes equilibrios de la industria farmacéutica. Por otor lado, la libertad de pensamiento está comprometida por las grandes revistas científicas que extralimitan su necesaria función de difusoras del conocimiento, efectuando una censura de las ideas que incomodan o una desestabilización de sus autores. Cierto es que si se pudiera contar con la prensa para hacer las revoluciones (científicas o de otro tipo), se sabría.
2) La psicología de la sumisión a los amos y a las verdades intangibles de una ciencia triunfante.
El resultado es una selección debida a la sumisión: para asegurar la carrera en los grandes organismos es preciso rendir pleitesía de antemano. Los amos de la Ciencia (los profesores apparatchiks, premiados con el Nobel) solo viven para sus ideas. Más que sus investigaciones o sus realizaciones concretas, son sus ideas -esa ideología- lo que constituye su esencia. Que no lleven a cabo los trabajos que se supone han de hacer importa poco.
3) La cosificación e instrumentalización de la Ciencia, diosa secularizada, única esperanza de una humanidad inquieta frente a los grandes retos en temas de medio ambiente y salud.
En consecuencia: en un sistema en el que la palabra publicada pesa infinitamente más que la oscura acción cotidiana, un premio Nobel puede, impúdica e impunemente, afirmar lo que quiera en no importa qué ámbito, aunque esté situado en las antípodas de su especialidad.
Dejando de lado mis dificultades personales, estos factores explican en la glaciación polar que ha invadido la ciencia francesa en los años que precedieron a la II Guerra Mundial. Es la razón por la que si hablo aquí de mi caso (mi carrera de investigador quedó obstaculizada por el asunto de la memoria del agua), mi intención debe ser más amplia. Me he topado, y sigo topándome, con instituciones guardianas de una ciencia oficial fuera de la cual no hay salvación posible.
Mis investigaciones, y los desarrollos de esas investigaciones en ámbitos conexos, son víctimas de un sistema de evaluación concebido para defender los dogmas, los paradigmas impuestos por el estado actual de conocimientos científicos.
Me aplicaré pues a describir y denunciar estos procedimientos de bloqueo, de censura y obstaculización, puesto que lo que está en juego es el porvenir de toda la investigación en biología (y por tanto en biomedicina, lo que puede afectarnos directamente a todos nosotros).
Ahora bien, esta biología está en crisis. Es patente a nivel mundial, pero más pronunciada en nuestro país a causa del arcaísmo de las instituciones y del modo de pensar francés. Creo que no podremos salirnos de esta crisis a menos que rompamos el yugo del pensamiento científico único (e inicuo) que actualmente nos rige.